domingo, 29 de agosto de 2010

si, otra vez!!!!

PREOCUPADOS POR NUESTROS HIJOS
por Yolanda Lopez Romo
Algo parece no estar muy bien en el boletín de la vida de nuestros hijos. Litros de alcohol, episodios
de violencia y ataques de pánico, nos arrojan en la cara y en el corazón, una cifra triste y preocupante
Algo en este tumulto urbano y globalizado no anda bien, porque nuestros adolescentes sufren. Las huellas de ese sufrimiento las encontramos en su comportamiento a veces, desmedido. Y está claro que; la variedad de grupos musicales no les alcanza, que las zapatillas “All…”, el piercing, toda esa libertad horaria, verbal y sexual, tampoco.
Parece también, que el desarrollo de nuevas tecnologías –itunes, iphones, messengers- no hace a la satisfacción, el conocimiento o la felicidad de nuestros adolescentes. Al menos yo no los veo más felices que a nosotros cuando teníamos esa edad. Al contrario, siento una cierta nostalgia por nuestra inocencia, por nuestra capacidad para satisfacernos con mucho menos.
Y toda esta descripción subjetiva que pudiera caerse por la escalera de unas estadísticas, puede corroborarse sin números, en la preocupación que he recibido en distintos comentarios de maestros, rectores y padres en los últimos tiempos.
Ahora, si el fruto no ha madurado como corresponde, debemos buscar, en el proceso de su crecimiento, los cuidados equivocados que le hemos dado.
Los tres ámbitos, es decir, la familia, la escuela y los medios de comunicación, que forman parte de la vida y de la educación de nuestros hijos, tendrán que revisar sus pasos dados y los que deben venir. Por favor, no empecemos a echar culpas: que pepa, que la madre, que este programa… Cada uno deberá hacer su trabajo independientemente, para que pueda conocer sus responsabilidades, sus posibilidades y sus desafíos. Porque el tumulto hay que ordenarlo, el fruto hay que tratar de curarlo, porque si no, cada fruto será peor. Ya somos testigo de esta realidad que es triste de reconocer, pero si no la detenemos, ponemos en riesgo la posibilidad de una vida plena y sana de los que mañana deberán afrontar desafíos cada vez más difíciles… quizás con más recursos económicos, con más tecnología, pero no creo –y me hago cargo- que con más felicidad. No hay felicidad posible cuando hay una adicción –que nos devora-, cuando no hay paz, cuando la comunicación no es buena, cuando reina el materialismo, el consumismo y el individualismo… sí puede haber entretenimiento, pero un entretenimiento, que nos nutre el día con alta fidelidad y definición, pero que no nos satisface en lo mas profundo de nosotros. Y cuando el vacío es grande, cualquier oferta de mercado parece atractiva -¡qué riesgo!-.
Es por todo esto, que tenemos que rever si seguimos tercerizando la educación de nuestros hijos –en alguien que nos los cuide un rato, en un pariente un día, en la empleada veinteañera, en una guardería, etc.-. Quizás deberemos reducir los ingresos y en consecuencia los consumos de nuestro hogar familiar, para que podamos compartir –madre y padre- mayor y mejor tiempo con nuestros hijos que nos están necesitando –aunque quizás no sean conscientes de esa necesidad-. Para saber por ejemplo, qué aspectos de su personalidad tienen que desarrollar más, qué cosas de su vida presente no están pudiendo resolver, qué les conviene tomar de esta oferta de consumo desmedida… Quizás también, deberemos tomar mucho más cuidados a la hora de tener hijos, con quién lo hacemos, para prever cómo colaboraremos juntos en su crianza.
La escuela deberá ver por su parte, qué profesores tiene y cuáles necesita, qué paciencia tienen en preparar sus clases, en observar y tratar de satisfacer las necesidades de estos adolescentes que tienen sed de una comprensión y un acompañamiento más profundo y dedicado, que nosotros en su momento también necesitamos. Y aquí nosotros, como adultos, debemos estudiar a quién confiamos la educación de nuestros hijos y una vez que lo hacemos, debemos apoyar a los educadores que encuentran cada vez mas difícil la tarea de enseñar, porque ante un no, corren el riesgo que un padre, los demande, les grite, los denuncie. ¡No! debemos apoyarlos en su trabajo y no salir corriendo a increparlos porque le dijeron algo a nuestro hijo que no les gustó. Al fin y al principio, padres y educadores debemos tirar para un mismo lado, porque nuestro objetivo debe ser común: darles a los chicos lo que necesitan intelectual, moral y espiritualmente.
Y de los medios, bueh… ni decir. Qué bien estaría que hicieran un análisis del rol que ocupan en la sociedad, cuánto aportan a su construcción o destrucción y que, finalmente colaboren en mejorarla… Pero ante su hambre de dinero y poder, al menos, debemos educar en la crítica y en la elección del contenido al que nuestros hijos tienen acceso: que los llena de imágenes tan complejas como violentas, falsas, estresantes…
Hagamos un ejercicio concreto: contengamos desde el afecto físico –un abrazo, una palabra- y desde la acción concreta –límites, estar y dialogar- para ayudarles a vivir en este mundo cada vez más complejo. Para cerrar, explico que, cuando hablo de nuestros hijos, lo hago, no porque sea madre, sino porque los hijos de todos, son el fruto de esta sociedad que compartimos y que todos debemos unirnos para mejorar y educar.
¿Qué señal estamos esperando para empezar? Tomemos esta realidad de la mano para cruzar a la vereda de enfrente que tiene un poco más de luz, casas mas ordenadas y sanas, etc., etc., etc. Démosle a nuestros hijos lo mejor de nuestro corazón y nuestra inteligencia, no solo el poco tiempo que nos podemos hacer después de un día agitado. ¡Podamos por ellos! ¡Intentemos con ellos!

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